Un día más
de trabajo
Peter
Schweighofer
Los patrulleros motorizados pasaron rugiendo por
una calle lateral de Mos Eisley, con el Gran Gizz y su lugarteniente acorazado,
Spiker, liderando la marcha. Los demás miembros de la banda les seguían, con
los motores de sus barredoras modificadas rasgando el aire y levantando el
polvo del mediodía como una estampida de banthas rabiosos.
Encontraron a Whizzer en un pequeño patio donde
convergían varios callejones. El viejo twi’lek empujaba pesadamente una
carretilla repulsora con una caja metálica de tamaño medio sobre ella. Antes de
que el anciano pudiera levantar las manos por la sorpresa, los moteros le
rodearon, revolucionando sus furiosos motores y gritando insultos al twi’lek.
El Gran Gizz alzó la mano y los moteros se callaron.
La moto de Gizz rugió, separándose del círculo
formado por los patrulleros motorizados y acercándole a la caja de Whizzer.
Gizz miró largo y tendido a los ojos temblorosos del twi’lek, con su cabello
salvaje ondeando en la brisa ardiente y polvorienta.
-Eh, Whizzah –gritó a la cara del anciano. El twi’lek
pareció arrugarse bajo los cáusticos vapores del rancio aliento de Gizz-. Te
estábamos buscando. Jabba nos dice que le debes algo. Quiere la pasta... y
quiere su especia.
En ese momento los otros moteros estallaron en
estridentes gritos de “¡Dale la especia, cabeza gusano!”, y “¡Sí, tío, créditos,
suelta los créditos!”
Cuando se calmaron, Gizz se acercó incluso más al
rostro de Whizzer.
-¿Qué hay en la caja, Whizzah? -El líder de la
banda de moteros observó con lascivo placer la obvia incomodidad del twi’lek-.
Vas a enseñármelo, ¿o quieres que el Gran Gizz haga que uno de sus moteros te
rompa una de esas colas craneales tan chulas?
Whizzer retrocedió con un traspié, balbuceando
excusas.
-Sólo iba a vender esta caja a una contrabandista,
una que se marcha a los Mundos del Núcleo... Ella me pagaría los créditos que
le debo a Jabba. –Su frente se perló con gotas de sudor-. Dadme tan solo unos
cuantos días, y tendré el dinero de Jabba y otro cargamento de ryll, y tendrá
todo lo que quiere, os lo juro. Dejad que siga con mis negocios y lo arreglaré
todo.
Gizz soltó un gruñido, enviando otra bocanada de
aliento tóxico al rostro de Whizzer. Lanzó la mano, atrapó al twi’lek por el
cuello de su chaleco, y lo atrajo hacia sí.
-Jabba no acepta excusas –gruñó-.
El Gran Hinchado sólo quiere lo que le debes.
Gizz alejó a Whizzer de un
empujón, y el viejo twi’lek casi choca contra su caja.
Gizz hizo chasquear los
dedos.
-¡Spiker! Ven aquí –ladró.
El imponente motero de la
armadura dentada pasó la pierna sobre su barredora y avanzó junto a Gizz. Cada
superficie de su cuerpo estaba cubierta de armadura, cada pieza de la misma
erizada con pinchos de metal.
-Arráncale la cabeza,
Spiker.
Spiker se acercó a Whizzer
y levantó el brazo para golpear. Un solo golpe serviría para arrancar el rostro
del twi’lek de su cráneo. Spiker lanzó un golpe... y lo detuvo súbitamente,
dejando los pinchos dentados sólo a un centímetro del rostro asustado de
Whizzer.
-Es broma, anciano –susurró
Spiker, y entonces estalló en una de esas risas agudas y enfermizas-. El ryll,
¿está en esa caja que tiene ahí? –preguntó, señalando con su casco de pinchos la
caja de metal de la carretilla repulsora.
Whizzer asintió
lentamente.
-Eh, Gizz –exclamó Spiker,
volviéndose a su líder-. Whizzer tiene la especia justo aquí. No interfiramos
en sus negocios... tal vez si te da una muestra, podrías darle unos días más de
plazo para pagar su deuda. Así tú tendrías dos días más para planear al
milímetro cada uno de los desagradables detalles de cómo vas a ocuparte de esta
basura twi’lek si no paga.
Más risas maníacas
siguieron a la amenaza.
El Gran Gizz sonrió mostrando
sus colmillos retorcidos.
-Sí, dale al Gran Gizz una
pizca y no le diremos a Jabba que nos hemos encontrado contigo.
Whizzer parecía estar de
acuerdo, aunque no dijo nada. Desató las correas de la caja y levantó la tapa.
La caja estaba llena hasta el borde de un polvo azulado. El Gran Gizz se
inclinó sobre ella, introdujo su mano enguantada en el polvo, y se llevó un
puñado de ryll a su rostro demoníaco. Esnifó y lamió el polvo azul de su mano,
vertiendo gran parte del mismo por su chaleco y su barredora. Cuando terminó,
el Gran Gizz volvió a sentarse en el asiento de su barredora con una expresión
satisfecha en su rostro.
-Parece que hemos acabado
contigo, Whizzer –dijo Spiker, entre risitas-. Pero asegúrate de que tienes
todo lo que le debes a Jabba la próxima semana, o Gizz aquí presente te hará
algo que ni siquiera yo puedo imaginar.
Spiker echó hacia atrás su
espinosa cabeza mientras soltaba otra carcajada. Saltó sobre su barredora y
siguió a Gizz alejándose por el callejón. Los demás moteros dieron veloces
vueltas alrededor de Whizzer durante unos instantes, gritando “¡Sí, la semana
que viene! y “¡Gizz te atrapará!” Una vez que la banda se fue rugiendo por los
polvorientos callejones de Mos Eisley, Whizzer se limpió el sudor de la frente
e inmediatamente se desmayó.
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