viernes, 11 de septiembre de 2015

Soporte para la gloria

Soporte para la gloria
Peter Schweighofer

La jefe de mecánicos, a la que llamaban simplemente Jefe, volvía a estar despierta hasta tarde, acuclillada en la esquina del hangar-almacén, tratando de conseguir que el reactor de la unidad de calefacción funcionara. Los demás técnicos estaban dormidos en los destartalados contenedores de carga que servían como barracones. Al menos eran ligeramente más cálidos que el hangar. La inmensa zona de almacén era tan fría como Hoth, pero al menos en ese planeta helado tenían ropa y equipo preparado para el frío que les mantenía calientes en las bahías de servicio cubiertas de hielo.
Jefe volvió a hacer fuerza con la llave dinamométrica, pero salió volando del generador de energía, cayendo con estrépito sobre el suelo de dura roca. Se sentó sobre la fría rica y meneó la cabeza. Era demasiado. Después de un accidentado despliegue en Kile, Jefe y los demás técnicos del equipo de soporte del Escuadrón Pícaro habían caminado cruzando tierras yermas e inestables, se habían enfrentado a una súbita riada, y habían encontrado el contenedor de carga con su base prefabricada en las colinas rocosas. Entonces sacaron todas las piezas de plástico moldeado y las ensamblaron, bajo la dirección de unos cuantos ingenieros rebelde, cada uno de los cuales creía que él era el comandante de la base.
Dentro de un día más o menos, los Pícaros aparecerían en el sistema, permanecerían unos días, completarían su misión y se marcharían, llevándose la gloria con ellos. El equipo técnico hace todo el trabajo, y esas estrellas montadas en cohetes se llevan todo el mérito. Si no fuera por su soporte técnico, los Pícaros no pilotarían esos maltrechos cazas estelares, y no podrían aterrizar con ellos en la base de apoyo en Kile. Jefe estaba harta de malgastar sudando su vida para que la de algún piloto de caza fuera más fácil.
Se acabó. Jefe ya había decidido que quería abandonar esa unidad. Ya estaba todo preparado. Si lo lograba, habría acabado con la Rebelión y desaparecería del mapa con suficientes créditos para ser feliz el resto de su vida.
Se quitó la gorra del uniforme y se sujetó el pelo en una coleta para mantenerlo alejado de sus ojos mientras miraba fijamente la unidad calefactora averiada. Con unas cuantas horas más de trabajo, Jefe podría ser capaz de sacar un poco de aire caliente de ella; ciertamente no lo bastante para calentar ningún rincón de la base de cazas improvisada hasta niveles confortables. Pero por ahora tendría que bastar... hasta que llegasen tiempos mejores. Y Jefe sabía que pronto llegarían...

No hay comentarios:

Publicar un comentario