Soporte para la gloria
Peter Schweighofer
La jefe de mecánicos, a la que llamaban simplemente
Jefe, volvía a estar despierta hasta tarde, acuclillada en la esquina del
hangar-almacén, tratando de conseguir que el reactor de la unidad de calefacción
funcionara. Los demás técnicos estaban dormidos en los destartalados
contenedores de carga que servían como barracones. Al menos eran ligeramente
más cálidos que el hangar. La inmensa zona de almacén era tan fría como Hoth,
pero al menos en ese planeta helado tenían ropa y equipo preparado para el frío
que les mantenía calientes en las bahías de servicio cubiertas de hielo.
Jefe volvió a hacer fuerza con la llave dinamométrica,
pero salió volando del generador de energía, cayendo con estrépito sobre el
suelo de dura roca. Se sentó sobre la fría rica y meneó la cabeza. Era
demasiado. Después de un accidentado despliegue en Kile, Jefe y los demás técnicos
del equipo de soporte del Escuadrón Pícaro habían caminado cruzando tierras
yermas e inestables, se habían enfrentado a una súbita riada, y habían
encontrado el contenedor de carga con su base prefabricada en las colinas
rocosas. Entonces sacaron todas las piezas de plástico moldeado y las
ensamblaron, bajo la dirección de unos cuantos ingenieros rebelde, cada uno de
los cuales creía que él era el
comandante de la base.
Dentro de un día más o menos, los Pícaros
aparecerían en el sistema, permanecerían unos días, completarían su misión y se
marcharían, llevándose la gloria con ellos. El equipo técnico hace todo el
trabajo, y esas estrellas montadas en cohetes se llevan todo el mérito. Si no
fuera por su soporte técnico, los Pícaros no pilotarían esos maltrechos cazas
estelares, y no podrían aterrizar con ellos en la base de apoyo en Kile. Jefe
estaba harta de malgastar sudando su vida para que la de algún piloto de caza
fuera más fácil.
Se acabó. Jefe ya había decidido que quería
abandonar esa unidad. Ya estaba todo preparado. Si lo lograba, habría acabado
con la Rebelión y desaparecería del mapa con suficientes créditos para ser
feliz el resto de su vida.
Se quitó la gorra del uniforme y se sujetó el pelo
en una coleta para mantenerlo alejado de sus ojos mientras miraba fijamente la
unidad calefactora averiada. Con unas cuantas horas más de trabajo, Jefe podría
ser capaz de sacar un poco de aire caliente de ella; ciertamente no lo bastante
para calentar ningún rincón de la base de cazas improvisada hasta niveles
confortables. Pero por ahora tendría que bastar... hasta que llegasen tiempos
mejores. Y Jefe sabía que pronto llegarían...
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