martes, 8 de septiembre de 2015

Sociedad disuelta

Sociedad disuelta
Peter Schweighofer

Skahtul encontró a Calliose cojeando por un callejón a varias manzanas de distancia de su escondite en Kothlis, ahora reducido a cenizas.
Tan sólo minutos antes, había escapado por los pelos del edificio reforzado donde mantenían retenido a Skywalker. Una resistente celda y una cerradura de seguridad con lector de tarjetas aparentemente no pudieron mantener prisionero al Jedi durante mucho tiempo; los amigos que le ayudaron a escapar y las tropas de asalto que llegaron a continuación fueron más que suficiente para convencer a la barabel de que no valía la pena soportar tantos problemas por ese trabajo. Aunque hubiera invertido casi todo su capital en ello.
Eso no era tan malo como ver cómo sus socios cazarrecompensas caían atravesados por el fuego de bláster, el sable de luz danzante, y el letal fuego cruzado de los matones de Calliose. Iba a asegurarse de que Calliose lamentara haberse dejado encontrar.
-¿Adónde te crees que vas? –gruñó Skahtul, arrebatando el bláster de las manos del cazador y agarrándole del cuello contra la pared del callejón-. Tienes muchas narices para escapar así de la batalla... dejándome a mí y a mis cazadores en los escombros para enfrentarnos a esa escuadra de tropas de asalto. ¿Quién sabe qué harán a los pobres idiotas que capturaron? ¿Torturarlos hasta la muerte, tal vez? ¡Eso me enfurece!
Calliose jadeó en busca de aliento mientras el brazo de Skahtul presionaba su torso superior contra el muro.
-No... es... culpa... mía... –susurró.
Skahtul le dejó caer en la mugre del callejón y le dio una patada en las tripas.
-¿Y de quién eran los guardias que vigilaban a Skywalker cuando escapó? –gruñó ella, agarrándole del chaleco blindado y lanzándole de nuevo contra la pared-. Me encantó cómo tus matones la cagaron en ese tiroteo. Ese fuego cruzado en el que nos atrapasteis no tendría nada que ver con órdenes secretas, ¿verdad?
-¿Q... qué órdenes secretas? –jadeó Calliose-. Estábamos trabajando juntos en esto, Skahtul...
-Te conozco –dijo ella con una mueca de desprecio-. Te gusta eliminar a otros cazadores de recompensas que puedan seguirte los pasos. Habría sido estúpida si no me hubiera informado de tu pasado. Creo que fuste presa del pánico. No eres estúpido, Calliose. Diste órdenes a tus cazadores. Si parecía que nuestra pequeña alianza se deshacía, debían eliminarme.
-No pretendíamos disparar a tus cazadores –dijo Calliose-. Estaban en medio...
-Qué conveniente –gruñó Skahtul-. No me sienta demasiado bien ver a mis socios hechos pedazos por un grupo descontrolado de idiotas con gatillo fácil que no saben dónde están apuntando. Dejarnos atrás para cuando llegaran las tropas de asalto fue un bonito toque.
-No sabía que las tropas de asalto iban a irrumpir...
-¡Cállate! –rugió la barabel-. Debería destriparte aquí mismo, gimoteante parodia de cazador. Pero tengo otros planes para ti. –Con su mano libre, la que no estaba aplastando la tráquea del nikto, se soltó el cinturón y sujetó con él las muñecas de Calliose-. Tengo entendido que unos amigos del Gremio de Comercio Klatooinano te han estado buscando. Vamos.
Tal vez Skahtul obtuviera una recompensa por este trabajo, después de todo...

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