Peter Schweighofer
To’iir y Liadden, su aprendiza de contrabandista,
estaban sentados en uno de los lujosos divanes de los aposentos de Rithgar. El
jefe del puerto clandestino de Kothlis les había invitado a su cámara,
ostentosamente decorada, para tomar un trago y hablar de las últimas noticias
de sus colegas contrabandistas.
To’iir, con sus colas craneales enrolladas con aire
casual sobre su hombro, bebía a sorbos su caffa caliente. Liadden, más audaz
que su anciano mentor, había pedido a su anfitrión que le preparara un
llameante. Rithgar lo sirvió en un cáliz de cristal digno de una reina, sobre
una bandeja de plata con un grabado de runas antiguas. Toda la cámara de la
cueva estaba repleta hasta arriba con piezas de botín; incluyendo un antiguo
tapiz de Alderaan, unas cuantas mullidas alfombras wroonianas, mesas bajas de
madera greel tallada, e incluso un
exquisito candelabro de lámparas de aceite de Xaza IV. Era difícil de creer que
fuera un puerto clandestino de contrabandistas. La puerta blindada abierta
hacia la zona de mando de Rithgar mostraba pantallas de ordenador y escáneres
de sensores que monitorizaban la actividad en el sistema. Al viejo pirata le gustaba
su lujoso botín, pero también sabía cómo dirigir su puerto clandestino.
Liadden se movía nerviosamente con impaciencia. Ya
habían repostado se carguero, el Setenta
y Siete Estrellas, y habían recibido algunas piezas de repuesto a cambio de
parte del contenido de su nave. Y aun así su anciano mentor había insistido en
socializar con su anfitrión, quien se inclinaba sobre las cajas llenas con su
colección privada de bebidas, acariciándose su desaliñada barba, y estallando
de vez en cuando en carcajadas de pirata.
-Tengo entendido que ese moff imperial sigue aún
tras vosotros por ese pequeño truco que realizasteis –dijo Rithgar-. Eso es lo
que consigues por contratar a niños para ayudarte a pilotar ese cubo oxidado al
que llamas carguero estelas.
-Es rápida –dijo To’iir-. Nunca ha estado mejor.
-¿A quién te refieres? –dijo Rithgar entre risas-.
¿A la nave o a la chica? ¡Ja, ja!
El otro visitante en los acogedores aposentos de
Rithgar era un twi’lek más joven que se relajaba en la silla auto-ajustable
frente a To’iir y Liadden. Se había presentado como Tru’eb, Hasta ese momento
no había dicho nada, permaneciendo sentado en silencio y soltando de vez en
cuando risitas para sí mismo, sin duda debido a la conversación que se
desarrollaba ante él. Tal vez él tuviera algo que ver con la insistencia de To’iir
en quedarse y relacionarse.
-Y tú, mi silencioso amigo –dijo Rithgar entre
risitas, mirando a Tru’eb-. ¿Cómo van las cosas con tu novia?
-¿Te refieres a mi nave o a mi antigua socia? –preguntó
fríamente, tomando un sorbo de alguna clase de bebida espumosa azul.
Rithgar se limitó a soltar una franca carcajada.
-La Estrella
Luudriana está bien –dijo el otro Twi’lek-. Platt también está bien. Se
dedica a pasar ryll de contrabando de Ryloth al Sector Corporativo.
-¿El Sector está despejado, o hay dificultades? –preguntó
con calma To’iir.
-Platt puede arreglárselas –respondió Tru’eb.
Liadden advirtió que sus colas craneales se movían, probablemente ampliando el
comentario de forma que sólo To’iir pudiera entenderlo. También advirtió el
gesto de las colas craneales de su mentor, un movimiento que ella había llegado
a interpretar como un comentario de reconocimiento.
-¿Alguna otra noticia interesante? –preguntó To’iir.
-Bettle y Jaxa aún andan a la greña –dijo Tru’eb-.
Nada serio, estoy seguro. Nada Synnt está sacando partido de la escasez de materias
primas. Roarke sigue metiéndose en líos.
Con cada comentario, Liadden notaba que las colas
craneales del twi’lek se movían... y las de To’iir se movían en respuesta. En
esa conversación se estaban diciendo muchas más cosas que lo que se hablaba en
voz alta.
Entonces Liadden comprendió. Para To’iir, esto no
era una simple parada de repostaje; era una visita de obtención de información.
Tru’eb, allí presente, era otro contrabandista, y estaban intercambiándose
notas. Algunas eran para que las oyeran los demás, y otros comentarios eran
sólo para To’iir. Liadden había escuchado rumores de que los bothanos tenían
intereses en ese puerto clandestino, y se preguntó si la conversación secreta
de los twi’leks era una precaución.
Rithgar se volvió hacia la puerta del centro de
mando en respuesta a un pitido intermitente que procedía del ordenador de
sensores.
-¡Por los Anillos de Fuego de Fornax! –maldijo. To’iir
y Liadden se levantaron simultáneamente mientras Tru’eb depositaba lentamente
su bebida en la mesa baja-. Los sensores detectan algo grande... una nave
imperial... ¡Un Destructor Estelar clase Super
y naves de apoyo!
Cuando Liadden se volvió hacia su mentor, él ya
estaba recogiendo sus cosas. Tru’eb se detuvo un instante en su apresurada
carrera hacia la puerta, sin duda en dirección a su nave.
-Ma-allesh,
amigo –dijo. To’iir le devolvió el saludo con la cabeza, y entonces Tru’eb desapareció
en los pasillos de roca que comunicaban con las bahías de atraque del puerto
clandestino.
-Ven, jovencita –dijo To’iir, tomándola de la
mano-. Salida apresurada. Problemas imperiales no son buenos... no ahora.
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