Escapada de caza
Peter Schweighofer
Boddu Bocck se agachó ocultándose en los matorrales
de la jungla. Comprobó los proyectiles de su ballesta energizada, y luego se
acarició su barba rojiza, contemplando el terreno tropical a su alrededor.
Bocck sólo estaba a escasos kilómetros del límite de Ciudad Ecuador, pero esa
distancia sería toda una lucha salvaje. Ahí fuera había rodianos de la jungla
provincial, rodianos que no recibían demasiado bien a los intrusos
entrometidos. Todo formaba parte del desafío.
El cazarrecompensas estudió su entorno. Estaba
agazapado entre las raíces de un gran árbol selvático cubierto de musgo rizado.
Al norte –hacia donde se dirigía- había una especie de canal, uno de esos
largos estanques de agua estancada que se forman entre los trozos de tierra a
los que se agarran los árboles. Probablemente podría saltarlo si tomaba
carrerilla, pero no quería abandonar su cobertura en ese momento. No podía ver
a través del líquido fangoso. Los rodianos locales probablemente habrían puesto
allí una trampa, ya fuera alguna clase de veneno químico de contacto, pinchos y
estacas, o alguna clase de criatura. Al menos eso es lo que Bocck habría hecho
si fuera un rodiano protegiendo su territorio. Los de esta zona se mostraban
paranoicos ante otros clanes rivales y los rufianes enviados por Navik el Rojo.
Y después de sus últimas visitas, Bocck estaba seguro de que también le miraban
a él con recelo.
Al sur había unos cuantos pedruscos cubiertos de
enredaderas, y luego más árboles selváticos. Mucha cobertura para una partida
de caza rodiana sedienta de sangre. Mucha gente pensaría que disparar a algunos
rodianos en su propio territorio era una insensatez, pero Bocck sabía que era
un modo efectivo de alejarlos de su enclave para cazar. ¿Y qué mejor forma para
un cazador de recompensas de poner a punto sus habilidades, que convertirse
temporalmente en la presa de la más infame especie cazadora de la galaxia?
Bocck había disparado a muchos rodianos de la
jungla provincial en viajes previos. No parecían muy diferentes a los rodianos
de la ciudad; sus ropas estaban un poco más raídas, pero seguían siendo
extremadamente inteligentes en la caza, y seguían usando blásteres. No eran
bárbaros; eran simplemente clanes exilados, grupos que habían sido perseguidos
en las ciudades, y puristas que creían en los métodos antiguos y violentos en
lugar de en los nuevos e industrializados. Todos tenían buenas razones para
proteger su terreno.
Llevaba observando una roca durante casi 10 minutos
cuando una de las enredaderas tembló. Había un rodiano oculto tras esa roca,
pensó Bocck, con unos cuantos colegas suyos cerca. Esto no iba a ser fácil.
Examinó el suelo entre las raíces del árbol selvático que le servía de
escondite; un par de ramitas, humus húmedo, y un par de piedras del tamaño de
un puño. Bocck tomó las piedras en una mano y luego miró por encima de la raíz
al estanque estancado. Si tenía razón y había algún tipo de trampa en el agua,
ese plan podría funcionar...
Con un giro de muñeca, las dos piedras cruzaron el
aire, y luego cayeron una detrás de otra en el agua. Haciendo bocina con su
mano libre junto a su boca, Bocck lanzó un grito de sorpresa en dirección al estanque.
Cuando se volvió hacia las rocas cubiertas de
enredaderas, Bocck supo que sus cazadores habían mordido el anzuelo. Asumiendo
que su presa había caído en la trampa del estanque, tres rodianos con rifles
bláster saltaron de sus escondites y corrieron hacia el agua. Bocck disparó
tres descargas de ballesta, cada una de las cuales encontró su objetivo en un
desafortunado rodiano. Ahora que el ataque inicial había acabado, podía tomar
carrera para saltar el estanque.
Incluso mientras saltaba sobre el agua, Bocck
seguía sin poder ver nada bajo su oscura superficie, pero pronto se dio cuenta
de que tenía que haber estado observando la otra orilla. Un rodiano solitario
había logrado deslizarse a ese lado mientras Bocck estaba observando las rocas.
El rodiano apareció de pronto desde detrás de un árbol y golpeó a Bocck en la
tripa con alguna clase de bastón hecho con fuerte madera de la jungla. Cayó de
espaldas sobre el suave humus cerca del estanque, y luego rodó sobre sí mismo a
tiempo de evitar el bastonazo descendiente que le lanzaba el rodiano. Bocck
agarró el extremo del bastón y tiró de él para acercar a su oponente. Usando el
impulso del rodiano, Bocck soltó el bastón, agarró a su atacante por el
cinturón, y lo lanzó al estanque.
Bocck había estado en lo cierto acerca del agua
aparentemente inocua; en lugar de flotar en la superficie, el rodiano pareció
quedarse allí pegado, inmóvil y sin vida, empalado en las afiladas estacas que
acechaban justo bajo la superficie...
Un disparo convirtió en astillas parte de un árbol
cercano. Bocck se levantó y se giró para disparar al rodiano que se agachaba
buscando cobertura tras una de las rocas; soltó un graznido cuando el proyectil
de la ballesta energizada le penetró en el pecho. Entonces Bocck comenzó a
andar, atravesando la gruesa jungla rodiana como si hubiera nacido y crecido
allí.
Unos kilómetros más y Bocck alcanzaría las afueras de
Ciudad Ecuador. Allí conseguiría un transporte a su hotel justo a tiempo para
un baño relajante, una exquisita cena y una partida de sabacc nocturna. Era un
día perfecto en sus vacaciones anuales de entrenamiento en Rodia.
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