miércoles, 7 de mayo de 2014

La redención del syrox (II)



El ajo mocoso de Nagma llegó una semana después, de contrabando junto a un cargamento de piezas de repuesto para droides y suministros médicos. Para cuando vino a recogerlo, me di cuenta de que aquello que le aquejaba había empeorado significantemente.
Desde la última vez que habíamos hablado, sus ojos se habían hundido en su rostro, dando a su cara una fantasmal expresión cadavérica, como una calavera que mantuviera pegada sólo una finísima capa de piel. De algún modo, parecía haberse vuelto aún más esquelético, salvo por su vientre, que abultaba grotescamente en su uniforme. Se lo sostuvo con las manos al sentarse, sujetándolo y haciendo muecas de dolor como si sufriera los dolores de un terrible e inconcebible embarazo.
-¿Estás bien? –pregunté.
Meneó la cabeza, rechazando la pregunta. Hablaba con un débil y dolorido hilo de voz.
-¿Lo has conseguido?
-Sí, y me alegro de librarme de él –dije, buscando en el bolsillo oculto que había cosido en el interior de mi pernera, y pasándole el bulbo de ajo mocoso por debajo de la mesa-. Esta cosa apesta peor que un tauntaun mojado.
-Toma.
Agarrando el ajo, me dejó en la palma de la mano un fajo de notas de crédito, y ya se levantaba para marcharse. No llegó muy lejos. A tres metros de distancia, hubo un agudo grito de dolor, y ambos alzamos la mirada para ver cómo uno de los otros reclusos –un sociópata rodiano llamado Skagway- pasaba volando por encima de la mesa contigua, con la sangre manando por el agujero de su garganta y salpicando la parte delantera de su uniforme hasta empaparlo completamente. En el momento en que impactó contra el suelo, tres miembros de los Reyes de los Huesos saltaron sobre él, y vi que Nagma ponía expresión de asco.
-¿Qué están haciendo? –preguntó.
-Deshuesarlo –dijo, y le tomé del brazo-. Mejor no mirar.
El que estaba al mando era un asesino de masas llamado Vas Nailhead, conocido especialmente por fabricarse armas afilando los fémures y las costillas de sus víctimas.
Por un instante Nagma quedó paralizado, incapaz de apartar la mirada. Tras un segundo, Vas se enderezó, con las manos cubiertas de sangre fresca.
-¿Qué es lo que miras, gusano?
Antes de que Nagma pudiera responder, la mano de Nailhead salió disparada y le agarró, tirando de él tan rápidamente que sus largas piernas delgaduchas colgaron en el aire. Vi que Nagma abría la boca, indefenso, con los ojos abiertos como platos por el pánico.
-Tranquilo, Vas –dije, levantando una mano-. No pretendía ofenderte.
Nailhead me miró fijamente y frunció los labios.
-¿Zero? ¿Defiendes a este pedazo de vómito?
-Es un cliente –dije, encogiéndome de hombros-. Tengo que proteger mi fuente de ingresos, ¿no?
Nos mantuvimos la mirada un instante, y levanté del suelo mi pie derecho. Mis botas carcelarias estaban revestidas con plexiacero, y Nailhead sabía lo que le haría si decidía plantársela en la cara.
Dejó escapar un bufido y soltó su agarre, dejando caer a Nagma de nuevo en su sitio en la mesa. Por un instante, ninguno de los dos dijo nada. Después de lo que pareció una eternidad, Nagma me miró.
-Me has defendido.
-No es nada –dijo-. Olvídalo.
Él meneó la cabeza.
-No lo haré.
Suspiré.
-Escucha. Aquí todo es una prueba. Es simplemente cuestión de elegir tu momento, y de no dudar cuando ha llegado.
Nagma dejó escapar lentamente un suave suspiro, y sus hombros huesudos temblaron. El olor empalagosamente dulce que inicialmente había atribuido al miedo se había vuelto innegablemente más fuerte, y me di cuenta entonces de lo que era; algún tipo de fiebre, una enfermedad que no hacía sino empeorar. En su enfermizo estado, el ataque parecía haber drenado cualquier fuerza que le quedara, dejándole visiblemente agotado.
-Preguntaste por mi historia. –Algo atravesó su rostro, una sombría tirantez en los bordes de sus labios que podría haber sido una sonrisa... sólo que había sido despojada del componente emocional, dejando una especie de desesperación desapegada-. Soy de Monsolar. Una pequeña bola de barro sin importancia escondida en el sistema Alzoc.
-Nunca he oído hablar de ese planeta.
-No te pierdes gran cosa. –Meneó la cabeza-. Es un agujero. Bosques frondosos, tribus primitivas, la mayoría de ellas en guerra con las demás... no muchos salen de ahí.
-Tú lo hiciste.
Me lanzó una mirada llena de ironía.
-Sólo para acabar aquí –dijo-. Y es todo culpa mía. Me pillaron con una carga robada de detonadores termales en un espaciopuerto de Urdur. Eso es una cadena perpetua automática en cualquier sistema.
-Mala suerte –dije.
Nagma se encogió de hombros.
-El gánster que me contrató dijo que podía ayudarme. Estaba desesperado. Supongo que aún lo estoy.
Volví a mirarle, vi el sudor que caía por su rostro demacrado, el estómago protuberante.
-Estás enfermo –dije.
-Es peor que eso –dijo-. Es el Gusano.
-¿El qué?
Se miró las manos temblorosas por un instante, como si el resto de su historia fuera a materializarse por arte de magia delante de él, evitándole tener que contarla en voz alta. Al no ocurrir nada, tomó una profunda bocanada de aire y continuó.
-¿Has oído hablar alguna vez del syrox? ¿El Gusano-Lobo de Monsolar?
-Mentiría si dijera que sí.
-Es una especie dominante, nativa de mi planeta natal. –Dejó escapar el aire lentamente-. Una forma de vida ectomorfa, evolucionada en algunos aspectos, pero no en otros; un depredador sin cerebro pero sumamente eficiente. Se alimenta de sangre. Imagina un parásito fluvial ciego de la mitad de tamaño de este comedor, con una boca llena de filas de dientes formando anillos, y comenzarás a hacerte una idea.
No dije nada, simplemente esperé a que continuara.
-En mi planeta –dijo Nagma-, la mayoría de las tribus locales lo veneran, o lo temen, o ambas cosas. Durante generaciones, construimos nuestra cultura a su alrededor, nuestras historias y mitos y rituales de madurez. –Me sonrió con gesto enfermizo, y bajó la mirada al bulto hinchado de su vientre-. Cada temporada, el syrox deposita sus huevos en la corriente del río. Comienzan siendo pequeños... microscópicos. Por eso en Monsolar nunca bebemos agua sin filtrar. Pero supón que un niño se pierde en la jungla... y comienza a tener demasiada sed...
Le miré fijamente, haciéndome una idea de cómo podía haber llegado a ocurrir. Nagma volvió a asentir y me ofreció esa terrible sonrisa carente de emociones.
-El tiempo de incubación es lento. –Bajó la mirada a su estómago hinchado, y una terrible desesperanza asomó en su rostro-. Pero con el tiempo siempre acaba saliendo.
-Y el gánster que te contrató para transportar esos detonadores...
Nagma volvió a asentir.
-Dijo que podía conseguir que me lo quitaran, que podía ofrecerme una complicada cirugía en una clínica de los Mundos del Núcleo. Pero las autoridades me capturaron antes. Tampoco es que eso importe ahora. –Se dio unos suaves golpecitos en el estómago-. Va creciendo día a día. Puedo sentirlo crecer, empujando mis órganos. A veces, por las noches... –tragó saliva-, puedo sentirlo moviéndose dentro de mí. Y tengo que sacármelo.
Sacó el bulbo de ajo de su bolsillo y lo colocó sobre la mesa, y por un instante ambos lo observamos.
-¿Y qué tiene que ver todo esto con el ajo?
-Allá en Monsolar, tenemos un viejo remedio popular para aquellos que han sido infectados. Acostarse con un bulbo de ajo mocoso en la almohada. Dicen que el syrox es atraído por el olor. Sale reptando por sí mismo.
-Sin ánimo de ofender... –Me levanté, me incliné sobre la mesa y le di unos golpecitos en el pecho con mis dedos-. Tienes una bomba implantada en el corazón. Y en cualquier momento pueden emparejarte con otro recluso, que con toda probabilidad te matará. –Agité la mano, señalando a los reclusos alineados en las mesas del comedor-. Cualquiera de nosotros podría estar muerto mañana. ¿Por qué te preocupas tanto por sacar este parásito de tu organismo?
Nagma me devolvió la mirada, y por un instante creí ver un destello del joven miembro de tribu que una vez fue, resuelto e impávido, con todo su futuro por delante. Antes de que el Gusano entrara en él. Antes de que le trajeran aquí. Cuando volvió a hablar, su voz era suave y calmada, pero tenía una cualidad de duro acero.
-Mi tribu se enorgullece de mantener tradiciones de justicia y honor –dijo-. Puedo aceptar mi sentencia, porque elegí transportar esos detonadores de contrabando. Fue mi error, y pagaré por ello; con mi vida, si he de hacerlo-. Estrechó los ojos, haciéndolos fríos como el hielo-. Pero quiero irme a mi manera, Zero. Limpio. –Hizo una mueca-. Sin esta maldita cosa reptando en mi interior.
Abrió la boca para decir algo más, y entonces sonó la campana. En la Colmena, eso sólo significaba una cosa. El emparejamiento estaba a punto de comenzar. Cuando sonaba la alarma, tenías cinco minutos hasta el cierre, y sabía en qué estaba pensando Nagma: en lo que pasaría si el algoritmo, en su infinita sabiduría, le seleccionara a él, y cuando las incontables partes móviles de la Sub Colmena Siete terminasen su reconfiguración, el muro de su celda se abriera para revelar el recluso que con toda certeza causaría su muerte.
Cuando volví a levantar la mirada, ya se había ido.

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