martes, 8 de abril de 2014

El (no tan) gran golpe de Hondo Ohnaka (III)


Hondo llegó cuando la comida estaba finalizando, con su atronador dolor de cabeza reducido a un apagado latido gracias a una siesta de media mañana y a una garrafa de caf. El salón de banquetes quedó en silencio cuando él entró, y el cuarteto perdió el compás. Luego la cháchara comenzó de nuevo y los músicos pasaron a interpretar un cálido vals. Ceñudo, Hondo avanzó silencioso a su asiento. Los Pachoolas estaban discutiendo sobre las invitaciones, mientras Higgs y Twiggs roncaban satisfechos en el pasillo.
-Ah, señor Rosada –dijo Monchan con una sonrisa que Hondo encontró ligeramente burlona-. Usk y yo estábamos hablando de problemas con los sindicatos. Sin duda un hombre de negocios educado como usted debe tener un interesante punto de vista acerca de la relación con sus empleados.
Hondo decidió dos cosas en ese mismo instante: No estaba de humor para que se burlaran de él, e iba a doblar el rescate pedido por Monchan y Haffa.
-Consiga un gundark –gruñó-. Lo mejor es una matriarca establecida; como en todas las culturas, son las peores. Agarre al alborotador con menos talento y arrójelo al foso con ella mientras todos los demás miran. Después de que le haya arrancado los brazos, las quejas cesarán por arte de magia.
-Habla usted metafóricamente, claro –dijo Dix Tarfait.
-Metáforas, bah... ¡Soy un hombre de acción! –dijo Hondo, dejando caer el puño sobre la mesa y haciendo saltar al exceso de tenedores.
El hosco gotal sonrió, mostrando sus dientes amarillos y planos.
-Distribuyo licores y otras bebidas alcohólicas... mi territorio comprende cinco sectores. Un gundark resultaría útil en las visitas comerciales.
La azafata apareció junto a Hondo.
-¡Señor Rosada! ¡Qué viaje tan ajetreado ha tenido hasta ahora, señor!
-¿Ajetreado? ¡Ja! Sólo trato de hacer las cosas interesantes.
-Hemos preparado una sorpresa; una exposición holográfica de pinturas saffa después del postre. ¡No sea tímido, señor Rosada! ¡En su formulario de inscripción dijo que era un experto en pinturas saffa!
Un camarero tropezó con uno de los perros de pantano, lanzando un tureen por los aires.
Monchan miró fijamente a Hondo.
-¿Pinturas saffa? ¿En serio? No parece esa clase de personas, señor Rosada.
-Oh, odio presumir. La humildad es una virtud; eso es lo que me enseñó mi madre.
-Estoy seguro –dijo Monchan. Susurró algo a Haffa, que sonrió maliciosamente.
Tres asistentes introdujeron terminales flotantes que mostraban cuadros brillantes, todos ellos con líneas y remolinos entrelazados y colores que hicieron que a Hondo le doliera aún más la cabeza.
-Ooh, qué bonito –dijo Pelf, echando un vistazo a los cuadros.
Hondo maldijo la razón que había traído las pinturas saffa a su cerebro cuando se enfrentaba a los espacios vacíos del cuestionario. Pero la cháchara sobre arte le recordó a un fastidioso filósofo nouanés que Sabo había secuestrado en un transporte de línea.
-¿Se le ha comido la lengua el perro de pantano, señor Rosada? –preguntó Monchan-. Por favor, ilumínenos acerca de lo que estamos observando.
Sabo había parecido perplejo cuando Hondo le explicó que la sofisticación al hablar no implicaba que una persona tuviera siquiera dos créditos que echarse al bolsillo, y la palabrería del filósofo había resultado ser tan molesta que realmente acabó en el pozo del gundark. ¿Pero cómo se llamaba? Hondo no podía recordarlo.
-¿Señor Rosada? –insistió Monchan-. Le he preguntado si reconoce la época de esta pintura saffa.
Hondo decidió triplicar el rescate de Monchan.
-Su pregunta, señor Monchan, revela la diferencia entre mirar al arte y entenderlo –dijo Hondo, aclarándose la garganta-. ¿De qué época es? ¿Con qué medios está hecho? ¡Esos pequeños y aburridos datos no son conocimiento, ni sabiduría! ¡Sólo son ruido! ¡Y eso es lo opuesto al aprecio! Pelf, mire este cuadro. Dígame lo que ve, mi adorable pastelito azul.
-Hmm, ¿es rojo? ¡Rojo y verde y ondulado! ¿Es un deek-paneek que sale a nadar?
-¡Ja! Ahí lo tiene, Monchan. Eso es sensibilidad artística; no su búsqueda carroñera de datos. Me pidió que le describiera las pinturas saffa, y no puedo... ¡porque nadie puede! Pero me temo que las pinturas saffa han hecho un gran trabajo describiéndole a usted.
Monchan miró a Hondo y parpadeó, y el pirata cruzó sus brazos y se recostó en su asiento, sonriendo.
Entonce Pelf comenzó a gritar, con el brazo extendido y un gesto horrorizado en su rostro.
-¿Qué es eso? –graznó, señalando a una mujer al otro lado de la sala con un complejo vestido naranja que a Hondo le recordó una flor carnívora nocturna de Forlonis Menor.
-Vaya, señorita Pachoola, esa es la aprendiz de repostería del Marinero –dijo la azafata-. Simplemente está trayendo el nuevo carrito de los postres.
-¡PAPI! –protestó Pelf-. ¡SU VESTIDO! ¡ES EL MISMO VESTIDO DE LAS DAMAS DE HONOR!
La manga del abrigo bermellón de Fume quedó instantáneamente empapada de lágrimas. Susurró algo para consolar a su hija.
-¡NO, NADA IRÁ BIEN! ¡UNA REPOSTERA EN UN CRUCERO DE TERCERA LLEVA EL MISMO VESTIDO QUE MIS DAMAS DE HONOR!
-Aprendiz de repostera –dijo Hondo servicialmente, haciendo un gesto para pedir un brandy.
-¡HAZ QUE PARE, PAPI! ¡HAS QUE SE VAYA PARA SIEMPRE!
Higgs y Twiggs se despertaron y comenzaron a aullar. Hondo se tapó un oído con un dedo y se inclinó sobre la mesa hacia Dix Tarfait.
-Distribuidor de licores, ¿eh?

***

Con Pelf todavía sumida en su aflicción, Hondo se ofreció voluntario para llevar a Higgs y Twiggs a dar su paseo vespertino habitual por el Paseo Vista. Los perros de pantano alternaban entre olisquear cosas y saltar sobre Hondo, que se defendía de ellos con imprecaciones en hutés mientras esperaba a que llegase el sobrecargo.
Hondo decidió no secuestrar a Pelf; sólo pensar en ella gritando en una celda de Florrum hacía que volviera a dolerle la cabeza. Pero Tarfait sería un buen sustituto. Un distribuidor de licores, un aristócrata wrooniano, un magnate de la HoloRed y un importante terrateniente... sí, esos cuatro servirían perfectamente. Si tan sólo ese idiota del sobrecargo moviera el culo y...
-¿Señor Rosada? –preguntó un joven humano con gafas y la librea del Marinero-. Tengo entendido que su compañía animal necesita un emético.
-Urgentemente –dijo Hondo, tomando el vial y pasándole un crédito al sobrecargo-. ¡Siempre comiendo cosas que no deben! Higgs, pilluelo... ¿no te dije que la tripita te metería en líos?
No estaba seguro de cómo convencer a un perro de pantano kobariano para que se tomase la medicina, pero las dos bestias vieron el vial y comenzaron a ladrar ansiosamente. Hondo trató de recordar cuál era Higgs y cuál era Twiggs, y finalmente se rindió dejando caer los brazos.
-¿Acaso soy veterinario? –preguntó, abriendo el vial y vaciándolo en el suelo.
Higgs y Twiggs lamieron el emético, luego menearon sus colas y relamieron los restos. Nada ocurrió durante cerca de un minuto, pero entonces los dos perros de pantano dejaron de menear sus rabos, mostrando un aspecto más perplejo de lo habitual. Un momento después, Hondo se había apartado tanto como le permitían las correas, mientras los demás pasajeros huían del Paseo Vista como si una banda de esclavistas de Merson acabara de atravesar los ventanales.
Hondo abrió uno de sus ojos llorosos lo suficiente para ver su comunicador brillando en medio de la masa regurgitada por Higgs y Twiggs, que inclinaban avergonzados sus cabezas. Dio un paso adelante, agitando una mano ante él, y luego comenzó a sentir arcadas.
-¿Qué os da de comer esa gente? –dijo Hondo entre jadeos-. ¿Codillo de mynock marinado en lubricante para deslizadores?
Estaba claro: Fume y sus valiosos perros de pantano también iban a quedarse atrás. Los fluidos digestivos de Higgs y Twiggs podrían dejar inhabitable medio Florrum.
Hondo vio al sobrecargo de aspecto horrorizado al otro lado del Paseo Vista, planeando su retirada.
-¡No se quede ahí como un nerf atontado! –exclamó, chasqueando los dedos-. ¡Llame al servicio de limpieza!

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