Hondo llegó cuando la comida estaba finalizando,
con su atronador dolor de cabeza reducido a un apagado latido gracias a una
siesta de media mañana y a una garrafa de caf. El salón de banquetes quedó en
silencio cuando él entró, y el cuarteto perdió el compás. Luego la cháchara
comenzó de nuevo y los músicos pasaron a interpretar un cálido vals. Ceñudo,
Hondo avanzó silencioso a su asiento. Los Pachoolas estaban discutiendo sobre
las invitaciones, mientras Higgs y Twiggs roncaban satisfechos en el pasillo.
-Ah, señor Rosada –dijo Monchan con una sonrisa que
Hondo encontró ligeramente burlona-. Usk y yo estábamos hablando de problemas
con los sindicatos. Sin duda un hombre de negocios educado como usted debe
tener un interesante punto de vista acerca de la relación con sus empleados.
Hondo decidió dos cosas en ese mismo instante: No
estaba de humor para que se burlaran de él, e iba a doblar el rescate pedido
por Monchan y Haffa.
-Consiga un gundark –gruñó-. Lo mejor es una
matriarca establecida; como en todas las culturas, son las peores. Agarre al
alborotador con menos talento y arrójelo al foso con ella mientras todos los
demás miran. Después de que le haya arrancado los brazos, las quejas cesarán
por arte de magia.
-Habla usted metafóricamente, claro –dijo Dix
Tarfait.
-Metáforas, bah... ¡Soy un hombre de acción! –dijo
Hondo, dejando caer el puño sobre la mesa y haciendo saltar al exceso de
tenedores.
El hosco gotal sonrió, mostrando sus dientes
amarillos y planos.
-Distribuyo licores y otras bebidas alcohólicas...
mi territorio comprende cinco sectores. Un gundark resultaría útil en las
visitas comerciales.
La azafata apareció junto a Hondo.
-¡Señor Rosada! ¡Qué viaje tan ajetreado ha tenido
hasta ahora, señor!
-¿Ajetreado? ¡Ja! Sólo trato de hacer las cosas
interesantes.
-Hemos preparado una sorpresa; una exposición
holográfica de pinturas saffa después del postre. ¡No sea tímido, señor Rosada!
¡En su formulario de inscripción dijo que era un experto en pinturas saffa!
Un camarero tropezó con uno de los perros de
pantano, lanzando un tureen por los aires.
Monchan miró fijamente a Hondo.
-¿Pinturas saffa? ¿En serio? No parece esa clase de
personas, señor Rosada.
-Oh, odio presumir. La humildad es una virtud; eso
es lo que me enseñó mi madre.
-Estoy seguro –dijo Monchan. Susurró algo a Haffa,
que sonrió maliciosamente.
Tres asistentes introdujeron terminales flotantes
que mostraban cuadros brillantes, todos ellos con líneas y remolinos
entrelazados y colores que hicieron que a Hondo le doliera aún más la cabeza.
-Ooh, qué bonito –dijo Pelf, echando un vistazo a
los cuadros.
Hondo maldijo la razón que había traído las
pinturas saffa a su cerebro cuando se enfrentaba a los espacios vacíos del
cuestionario. Pero la cháchara sobre arte le recordó a un fastidioso filósofo
nouanés que Sabo había secuestrado en un transporte de línea.
-¿Se le ha comido la lengua el perro de pantano,
señor Rosada? –preguntó Monchan-. Por favor, ilumínenos acerca de lo que
estamos observando.
Sabo había parecido perplejo cuando Hondo le
explicó que la sofisticación al hablar no implicaba que una persona tuviera
siquiera dos créditos que echarse al bolsillo, y la palabrería del filósofo
había resultado ser tan molesta que realmente acabó en el pozo del gundark.
¿Pero cómo se llamaba? Hondo no podía recordarlo.
-¿Señor Rosada? –insistió Monchan-. Le he
preguntado si reconoce la época de esta pintura saffa.
Hondo decidió triplicar el rescate de Monchan.
-Su pregunta, señor Monchan, revela la diferencia
entre mirar al arte y entenderlo –dijo Hondo, aclarándose la garganta-. ¿De qué
época es? ¿Con qué medios está hecho? ¡Esos pequeños y aburridos datos no son
conocimiento, ni sabiduría! ¡Sólo son ruido! ¡Y eso es lo opuesto al aprecio!
Pelf, mire este cuadro. Dígame lo que ve, mi adorable pastelito azul.
-Hmm, ¿es rojo? ¡Rojo y verde y ondulado! ¿Es un
deek-paneek que sale a nadar?
-¡Ja! Ahí lo tiene, Monchan. Eso es sensibilidad artística; no su búsqueda carroñera de datos.
Me pidió que le describiera las pinturas saffa, y no puedo... ¡porque nadie
puede! Pero me temo que las pinturas saffa han hecho un gran trabajo
describiéndole a usted.
Monchan miró a Hondo y parpadeó, y el pirata cruzó
sus brazos y se recostó en su asiento, sonriendo.
Entonce Pelf comenzó a gritar, con el brazo
extendido y un gesto horrorizado en su rostro.
-¿Qué es eso? –graznó, señalando a una mujer al
otro lado de la sala con un complejo vestido naranja que a Hondo le recordó una
flor carnívora nocturna de Forlonis Menor.
-Vaya, señorita Pachoola, esa es la aprendiz de
repostería del Marinero –dijo la
azafata-. Simplemente está trayendo el nuevo carrito de los postres.
-¡PAPI! –protestó Pelf-. ¡SU VESTIDO! ¡ES EL MISMO
VESTIDO DE LAS DAMAS DE HONOR!
La manga del abrigo bermellón de Fume quedó
instantáneamente empapada de lágrimas. Susurró algo para consolar a su hija.
-¡NO, NADA IRÁ BIEN! ¡UNA REPOSTERA EN UN CRUCERO
DE TERCERA LLEVA EL MISMO VESTIDO QUE MIS DAMAS DE HONOR!
-Aprendiz de repostera –dijo Hondo servicialmente,
haciendo un gesto para pedir un brandy.
-¡HAZ QUE PARE, PAPI! ¡HAS QUE SE VAYA PARA
SIEMPRE!
Higgs y Twiggs se despertaron y comenzaron a
aullar. Hondo se tapó un oído con un dedo y se inclinó sobre la mesa hacia Dix
Tarfait.
-Distribuidor de licores, ¿eh?
***
Con Pelf todavía sumida en su aflicción, Hondo se
ofreció voluntario para llevar a Higgs y Twiggs a dar su paseo vespertino
habitual por el Paseo Vista. Los perros de pantano alternaban entre olisquear
cosas y saltar sobre Hondo, que se defendía de ellos con imprecaciones en hutés
mientras esperaba a que llegase el sobrecargo.
Hondo decidió no secuestrar a Pelf; sólo pensar en
ella gritando en una celda de Florrum hacía que volviera a dolerle la cabeza.
Pero Tarfait sería un buen sustituto. Un distribuidor de licores, un
aristócrata wrooniano, un magnate de la HoloRed y un importante
terrateniente... sí, esos cuatro servirían perfectamente. Si tan sólo ese
idiota del sobrecargo moviera el culo y...
-¿Señor Rosada? –preguntó un joven humano con gafas
y la librea del Marinero-. Tengo
entendido que su compañía animal necesita un emético.
-Urgentemente –dijo Hondo, tomando el vial y
pasándole un crédito al sobrecargo-. ¡Siempre comiendo cosas que no deben!
Higgs, pilluelo... ¿no te dije que la tripita te metería en líos?
No estaba seguro de cómo convencer a un perro de pantano
kobariano para que se tomase la medicina, pero las dos bestias vieron el vial y
comenzaron a ladrar ansiosamente. Hondo trató de recordar cuál era Higgs y cuál
era Twiggs, y finalmente se rindió dejando caer los brazos.
-¿Acaso soy veterinario? –preguntó, abriendo el
vial y vaciándolo en el suelo.
Higgs y Twiggs lamieron el emético, luego menearon
sus colas y relamieron los restos. Nada ocurrió durante cerca de un minuto,
pero entonces los dos perros de pantano dejaron de menear sus rabos, mostrando
un aspecto más perplejo de lo habitual. Un momento después, Hondo se había
apartado tanto como le permitían las correas, mientras los demás pasajeros
huían del Paseo Vista como si una banda de esclavistas de Merson acabara de
atravesar los ventanales.
Hondo abrió uno de sus ojos llorosos lo suficiente
para ver su comunicador brillando en medio de la masa regurgitada por Higgs y
Twiggs, que inclinaban avergonzados sus cabezas. Dio un paso adelante, agitando
una mano ante él, y luego comenzó a sentir arcadas.
-¿Qué os da de comer esa gente? –dijo Hondo entre
jadeos-. ¿Codillo de mynock marinado en lubricante para deslizadores?
Estaba claro: Fume y sus valiosos perros de pantano
también iban a quedarse atrás. Los fluidos digestivos de Higgs y Twiggs podrían
dejar inhabitable medio Florrum.
Hondo vio al sobrecargo de aspecto horrorizado al
otro lado del Paseo Vista, planeando su retirada.
-¡No se quede ahí como un nerf atontado! –exclamó,
chasqueando los dedos-. ¡Llame al servicio de limpieza!
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