martes, 15 de julio de 2014

Crisis de fe (XIII)



-Tal y como había previsto –dijo Nuso Esva, con su voz rebosante de satisfacción una vez más-. ¿Observa, oh, Reina, cómo cuando se despeja el humo ya no puede verse por ninguna parte a los invasores de armadura blanca?
La Reina emitió un grotesco sonido que Trevik no le había escuchado nunca antes.
-Los auténticos Soldados no huirían de una batalla.
-Y estos tampoco –dijo Nuso Esva-. Simplemente se han refugiado en algunas de las casas, con toda probabilidad en las dos o tres más cercanas que contienen generadores de escudo. Sin duda esperan destruir o incapacitar los generadores antes de ser superados por los Soldados que se acercan a ellos, permitiendo así que los cazas que nos sobrevuelan accedan a su ciudad. Esperando que sus muertes no sean en vano. –Sus ojos destellaron-. Pero, por supuesto, sí lo serán.
Trevik observó el monitor, sintiendo una inesperada e incómoda oleada de tristeza por los soldados invasores. De la charla anterior entre la Reina y Nuso Esva había aprendido que los humanos eran como los stromma; cada uno de sus individuos tenía el mismo albedrío que poseían los Midlis y Circúleos quesoth. Al contrario que los Soldados quesoth, los atacantes de armadura blanca no estaban atados irrevocablemente a sus órdenes, y por tanto podrían haberse retirado a un lugar seguro cuando vieron que los números se ponían en su contra.
Y aun así no lo habían hecho. ¿Qué clase de líder era ese Thrawn, que su gente estaba dispuesta a entregar sus vidas bajo sus órdenes?
-Los generadores de escudo no deben ser dañados -dijo la Reina, levantando su micrófono-. Enviaré más Soldados.
-No es necesario, oh, Reina –dijo Nuso Esva-. Ya he anticipado este movimiento, y me he preparado para ello. No, mantenga a sus Soldados donde están. La auténtica batalla tendrá lugar en la hilera de vehículos juggernaut. ¿Ve cómo el último de ellos ya ha sido inmovilizado, impidiendo que el resto pueda retirarse? En cuanto el que va en cabeza haya sido detenido de igual modo, sus Soldados podrán avanzar hacia el premio gordo.
-Sí, ya lo veo –volvió a decir la Reina-. No me dijo que dos de los nueve serían destruidos.
-Le dije que serían necesarios sacrificios –dijo Nuso Esva-. En este caso, la pérdida de dos asegura que podamos capturar intactos los otros siete.
-¿Y siete serán suficientes?
-Más que suficientes –dijo Nuso Esva-. He visto la fuerza de la ciudadela inferior de la Ciudad Roja. Dudo que las defensas de la Ciudad Blanca sean mayores. Siete juggernauts serán más que suficientes para atravesar las barreras.
-¿La Ciudad Blanca? –preguntó Trevik, pronunciando las palabras antes de poder reprimirlas-. ¿Qué? ¿Atravesar las barreras? ¿De qué locura está hablando?
-Los viejos tiempos llegan a su fin, Trevik de los Midlis de los Séptimos de los Rojos –dijo la Reina, con la voz tan calmada como si estuviera pidiendo un trago de néctar-. ¿Por qué debería aceptar la muerte para mí y mi cuidad sólo porque la Reina de los Blancos ha despertado?
-Pero... –Trevik la miró fijamente-. Pero la vieja Reina siempre muere cuando la nueva Reina despierta y el aire cambia. Es el orden natural del mundo.
-Eres un estúpido ingenuo –dijo Nuso Esva con desdén-. Una Reina, una auténtica Reina, no se limita a sentarse y aceptar el orden natural del mundo. –Tendió su mano hacia Trevik y cerró los dedos formando un puño-. Una auténtica Reina agarra al mundo por el cuello y le arranca su propio destino. ¿Entiendes?
-No –dijo Trevik, con la conmoción que le embargaba impidiéndole sentir cualquier otra emoción como si le hubieran arrancado una vena-. Pero entiendo una cosa: la Reina de los Blancos no puede despertar si los Circúleos de los Blancos están muertos. –Miró a la Reina-. Si son asesinados.
-Es una cuestión de supervivencia –dijo Nuso Esva-. Supervivencia del más fuerte. Así es como funciona el universo, Midli. No tengo la menor duda de que la Reina de los Blancos, si se le diera la misma elección, actuaría de igual modo.
-Será por el bien de todos nosotros –dijo la Reina-. Incluido tú mismo, Trevik de los Midli de los Séptimos de los Rojos. Nunca más tú y los demás Midlis y Circúleos tendréis que viajar grandes distancias a una nueva ciudad, muchos de vosotros muriendo en el camino. Permaneceréis aquí, en vuestro entorno familiar, viviendo vuestras vidas en vuestras propias casas.
-¿Y cuando vos muráis? –preguntó Trevik.
La Reina sonrió.
-No moriré –dijo, con un tono desagradable en la voz-. Sin el cambio del aire, viviré para siempre.
Todos los seres vivos mueren. Trevik quería decir eso.
Pero no podía. No directamente a su cara.
No a la Reina de los Rojos, que supuestamente era la líder de su ciudad, y la dirigente de todos los Quesoth.
Los había traicionado. Los había traicionado a todos.
Pero tampoco podía decir eso.
-¿Cuándo ocurrirá esto? –se limitó a preguntar.
-Cuando la batalla haya terminado y Thrawn haya perdido, se marchará –dijo Nuso Esva-. No tendrá otra opción. Su derrota aquí a manos de seres primitivos dañará severamente la reputación que mantiene unida su frágil coalición, y él y su caravana estelar tendrán que viajar a otros conflictos para ocuparse personalmente de esas batallas. Una vez se haya marchado, avanzaremos con nuestros vehículos recién capturados hacia la Ciudad Blanca. La Reina de los Rojos se convertirá en la Reina de Quethold... –sus ojos brillaron-... y yo tendré libre acceso a las instalaciones industriales bajo la Ciudad Blanca. Allí construiré vehículos en los que yo y mis Elegidos podremos abandonar este mundo y volver a declarar la guerra mis enemigos.
Trevik asintió, descorazonado. Así que a eso se limitaba todo. Quethold debía ser sacrificado, su estabilidad y las vidas de su pueblo perdidas, para que los cabello tormentoso pudieran continuar con su sed de conquista por las estrellas.
Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. La Reina había revelado sus propias ansias, y no había nada que un simple Midli pudiera decir para hacerle cambiar de opinión. Tampoco era un Soldado, que pudiera luchar por ella contra los cabello tormentoso.
No, todo lo que Trevik podía hacer era permanecer de pie con su copa de néctar, y observar y escuchar.
Y esperar que, de algún modo, el gran almirante Thrawn fuera capaz de vencer.

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