-Tal
y como había previsto –dijo Nuso Esva, con su voz rebosante de satisfacción una
vez más-. ¿Observa, oh, Reina, cómo cuando se despeja el humo ya no puede verse
por ninguna parte a los invasores de armadura blanca?
La
Reina emitió un grotesco sonido que Trevik no le había escuchado nunca antes.
-Los
auténticos Soldados no huirían de una batalla.
-Y
estos tampoco –dijo Nuso Esva-. Simplemente se han refugiado en algunas de las
casas, con toda probabilidad en las dos o tres más cercanas que contienen
generadores de escudo. Sin duda esperan destruir o incapacitar los generadores
antes de ser superados por los Soldados que se acercan a ellos, permitiendo así
que los cazas que nos sobrevuelan accedan a su ciudad. Esperando que sus
muertes no sean en vano. –Sus ojos destellaron-. Pero, por supuesto, sí lo
serán.
Trevik
observó el monitor, sintiendo una inesperada e incómoda oleada de tristeza por
los soldados invasores. De la charla anterior entre la Reina y Nuso Esva había
aprendido que los humanos eran como los stromma; cada uno de sus individuos
tenía el mismo albedrío que poseían los Midlis y Circúleos quesoth. Al
contrario que los Soldados quesoth, los atacantes de armadura blanca no estaban
atados irrevocablemente a sus órdenes, y por tanto podrían haberse retirado a
un lugar seguro cuando vieron que los números se ponían en su contra.
Y
aun así no lo habían hecho. ¿Qué clase de líder era ese Thrawn, que su gente
estaba dispuesta a entregar sus vidas bajo sus órdenes?
-Los
generadores de escudo no deben ser dañados -dijo la Reina, levantando su
micrófono-. Enviaré más Soldados.
-No
es necesario, oh, Reina –dijo Nuso Esva-. Ya he anticipado este movimiento, y
me he preparado para ello. No, mantenga a sus Soldados donde están. La
auténtica batalla tendrá lugar en la hilera de vehículos juggernaut. ¿Ve cómo
el último de ellos ya ha sido inmovilizado, impidiendo que el resto pueda
retirarse? En cuanto el que va en cabeza haya sido detenido de igual modo, sus
Soldados podrán avanzar hacia el premio gordo.
-Sí,
ya lo veo –volvió a decir la Reina-. No me dijo que dos de los nueve serían
destruidos.
-Le
dije que serían necesarios sacrificios –dijo Nuso Esva-. En este caso, la
pérdida de dos asegura que podamos capturar intactos los otros siete.
-¿Y
siete serán suficientes?
-Más
que suficientes –dijo Nuso Esva-. He visto la fuerza de la ciudadela inferior
de la Ciudad Roja. Dudo que las defensas de la Ciudad Blanca sean mayores.
Siete juggernauts serán más que suficientes para atravesar las barreras.
-¿La
Ciudad Blanca? –preguntó Trevik, pronunciando las palabras antes de poder
reprimirlas-. ¿Qué? ¿Atravesar las barreras? ¿De qué locura está hablando?
-Los
viejos tiempos llegan a su fin, Trevik de los Midlis de los Séptimos de los Rojos
–dijo la Reina, con la voz tan calmada como si estuviera pidiendo un trago de
néctar-. ¿Por qué debería aceptar la muerte para mí y mi cuidad sólo porque la
Reina de los Blancos ha despertado?
-Pero...
–Trevik la miró fijamente-. Pero la vieja Reina siempre muere cuando la nueva
Reina despierta y el aire cambia. Es el orden natural del mundo.
-Eres
un estúpido ingenuo –dijo Nuso Esva con desdén-. Una Reina, una auténtica
Reina, no se limita a sentarse y aceptar el orden natural del mundo. –Tendió su
mano hacia Trevik y cerró los dedos formando un puño-. Una auténtica Reina
agarra al mundo por el cuello y le arranca su propio destino. ¿Entiendes?
-No
–dijo Trevik, con la conmoción que le embargaba impidiéndole sentir cualquier
otra emoción como si le hubieran arrancado una vena-. Pero entiendo una cosa:
la Reina de los Blancos no puede despertar si los Circúleos de los Blancos
están muertos. –Miró a la Reina-. Si son asesinados.
-Es
una cuestión de supervivencia –dijo Nuso Esva-. Supervivencia del más fuerte.
Así es como funciona el universo, Midli. No tengo la menor duda de que la Reina
de los Blancos, si se le diera la misma elección, actuaría de igual modo.
-Será
por el bien de todos nosotros –dijo la Reina-. Incluido tú mismo, Trevik de los
Midli de los Séptimos de los Rojos. Nunca más tú y los demás Midlis y Circúleos
tendréis que viajar grandes distancias a una nueva ciudad, muchos de vosotros
muriendo en el camino. Permaneceréis aquí, en vuestro entorno familiar,
viviendo vuestras vidas en vuestras propias casas.
-¿Y
cuando vos muráis? –preguntó Trevik.
La
Reina sonrió.
-No
moriré –dijo, con un tono desagradable en la voz-. Sin el cambio del aire,
viviré para siempre.
Todos
los seres vivos mueren. Trevik quería decir eso.
Pero
no podía. No directamente a su cara.
No
a la Reina de los Rojos, que supuestamente era la líder de su ciudad, y la
dirigente de todos los Quesoth.
Los
había traicionado. Los había traicionado a todos.
Pero
tampoco podía decir eso.
-¿Cuándo
ocurrirá esto? –se limitó a preguntar.
-Cuando
la batalla haya terminado y Thrawn haya perdido, se marchará –dijo Nuso Esva-.
No tendrá otra opción. Su derrota aquí a manos de seres primitivos dañará
severamente la reputación que mantiene unida su frágil coalición, y él y su
caravana estelar tendrán que viajar a otros conflictos para ocuparse
personalmente de esas batallas. Una vez se haya marchado, avanzaremos con
nuestros vehículos recién capturados hacia la Ciudad Blanca. La Reina de los
Rojos se convertirá en la Reina de Quethold... –sus ojos brillaron-... y yo
tendré libre acceso a las instalaciones industriales bajo la Ciudad Blanca.
Allí construiré vehículos en los que yo y mis Elegidos podremos abandonar este
mundo y volver a declarar la guerra mis enemigos.
Trevik
asintió, descorazonado. Así que a eso se limitaba todo. Quethold debía ser
sacrificado, su estabilidad y las vidas de su pueblo perdidas, para que los
cabello tormentoso pudieran continuar con su sed de conquista por las
estrellas.
Y
no había nada que pudiera hacer para evitarlo. La Reina había revelado sus
propias ansias, y no había nada que un simple Midli pudiera decir para hacerle
cambiar de opinión. Tampoco era un Soldado, que pudiera luchar por ella contra
los cabello tormentoso.
No,
todo lo que Trevik podía hacer era permanecer de pie con su copa de néctar, y
observar y escuchar.
Y
esperar que, de algún modo, el gran almirante Thrawn fuera capaz de vencer.
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