miércoles, 2 de julio de 2014

Crisis de fe (XII)



En la tenue luz que bañaba el centro táctico terrestre del Amonestador, una segunda pantalla brilló con fuerza inusual y luego quedó a oscuras.
-El Juggernaut Uno ha sido alcanzado –informó el general Tasse-. Hemos perdido la cámara; datos telemétricos: aún se mueve, pero con dificultad. Otro impacto como ese y caerá al barro tan muerto como el Juggernaut Nueve.
-Recibido –dijo Thrawn.
Parck lanzó una furtiva mirada de soslayo al almirante. Thrawn estaba de pie frente al panel táctico, barriendo metódicamente con los ojos la miríada de pantallas e informes de estado. A juzgar por todas las apariencias, parecía tan calmado como siempre.
Pero Parck sabía que eso no era así. La campaña del gran almirante contra el señor de la guerra Nuso Esva había sido larga y sangrienta, un camino pavimentado de traición y destrucción, nuevos aliados y genocidio frustrado a duras penas. Ahora, después de tanto tiempo, el final de Nuso Esva por fin estaba a la vista.
Al menos, todos los indicadores apuntaban en esa dirección. El otrora orgulloso conquistador estaba atrapado en Quethold, con recursos limitados, no más de una treintena de sus más leales seguidores, y sólo una única nave de tamaño medio enterrada y con difícil acceso en una de las minas al norte de la Ciudad Roja. Los restos de lo que fue su poderosa flota de batalla estaban dispersos a lo largo de probablemente un millón de años luz cúbicos de espacio, donde, casi con seguridad, se marchitarían y morirían una vez que Nuso Esva ya no estuviera allí para dirigirlos.
Y aun así...
Parck recorrió de nuevo el panel táctico con la mirada. Preocupado por el flujo de informes de los exploradores que buscaban las naves restantes de Nuso Esva, había visto algo que no encajaba con los datos del plan de ataque a la Ciudad Roja. Sin duda había algunas piezas del plan de Thrawn que él no conocía.
Pero mientras miraba la confusión que se reflejaba en los paneles, pudo percibir una incómoda sensación comenzando a palpitar entre sus hombros.
El Amonestador tenía seis escuadrones de TIEs a bordo, y aun así Thrawn había optado por desplegar sólo tres de ellos. Tenía más de tres mil soldados disponibles, incluso sin contar las fuerzas aliadas, y pese a ello había enviado sólo tres escuadras de soldados de asalto contra los Soldados de la Ciudad Roja. La hilera de juggernauts que estaba siendo ahora fuertemente atacada era una apuesta aún más arriesgada.
Y el enlace Nyama había estado en lo cierto acerca del número de Soldados que Nuso Esva tenía disponibles. Los observadores y los sensores estaban registrando al menos cuatro mil de ellos, dos mil a lo largo de la ruta de los juggernauts, unos pocos cientos atacando a las escuadras de soldados de asalto, y el resto dispuesto en una línea defensiva entre el palacio y los transportes. ¿Cómo podría Thrawn haber subestimado tanto las fuerzas de su oponente?
¿O no lo había hecho? ¿No podría ser que esta larga y fatigosa guerra contra Nuso Esva hubiera desgastado hasta tal punto la prudencia táctica del gran almirante que estaba determinado a vencer a su enemigo con la mínima fuerza posible?
¿Se había convertido este asunto en algo personal?
Ese pensamiento lanzó un nuevo escalofrío por la espalda de Parck. Cuatro años atrás, el Emperador Palpatine había viajado a Endor ardiendo en odio hacia la Alianza Rebelde. Cuatro años antes de eso, el gran moff Tarkin había convertido de forma similar el ataque a Yavin en un asunto de venganza personal.
Ambos hombres habían muerto en las escenas de sus esperados triunfos, habiéndoseles escapado de entre los dedos sus victorias seguras. La Alianza Rebelde había sobrevivido, y había conseguido convertir gran parte de su Imperio en la llamada Nueva República.
Parck siempre había asumido que Thrawn era demasiado listo como para dejar que las emociones nublasen su juicio militar. ¿Podría haber estado equivocado?
-Paciencia, capitán.
Parck salió de pronto de sus pensamientos.
-¿Disculpe, almirante? –preguntó con cautela.
-Está usted preocupado –dijo Thrawn, con voz lo bastante baja para asegurarse de que sus palabras sólo eran escuchadas por el capitán superior-. Preocupado por la operación... –Miró de soslayo a Parck-... y por extensión, preocupado por mí. Pero observe.
Señaló una de las imágenes de la ciudad en la pantalla táctica. Dispersos entre los brillantes puntos rojos que marcaban las posiciones de los cañones láser de Nuso Esva y los atenuados puntos amarillos de los generadores de paraguas de escudo, había una docena de brillantes luces azules.
-Los altavoces de la Reina –dijo, identificándolos-. Los sensores de los TIEs, los juggernauts y los armazones-A de los soldados de asalto están todos a la escucha del reconocible sonido del Lenguaje de Soldado. Cada orden que da a sus tropas nos lleva más cerca de nuestro avance final.
-Sí, señor –dijo Parck, tratando de eliminar la duda de su voz.
Aparentemente, no había sido capaz de eliminarla toda.
-Paciencia, capitán –dijo Thrawn con una tenue sonrisa-. Paciencia.

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